lunes, 17 de octubre de 2011

PARA LOS AMANTES DE LA POESÍA: DESHOJAR EL AVE



Deshojar el ave (2009), de Karín Mijangos Maganda. 64 páginas. Editado por el Instituto de Cultura de Yucatán (ICY).


Encontramos en Deshojar el ave una propuesta poética sencilla, que busca golpearnos con imágenes concentradas y sintéticas, como bien dijera Baltasar Gracián, “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, y bien podemos decir que Karín Mijangos, el autor de este libro, ha logrado encarnar esta máxima en la poesía que nos deleita las retinas a lo largo y ancho de este brevísimo poemario. Un ejemplo de estos poemas ultracortos: “No quiero morir, ojalá yo nunca descanse en paz” (64).

El libro de poemas está compuesto por cuatro secciones: “Deshojar el ave”, “hora veintisiete”, “Fotos de familia” y “Despedidas con agua”. En la primera parte, se desarrolla una metáfora total, es decir, todos los poemas giran en torno a la misma relación: se van estableciendo distintas analogías entre “las aves” y “las flores y los frutos”. Por ello, encontramos frutos que vuelan y aves que se marchitan, y de esta forma el autor opera una serie de saltos o transacciones semánticas de tal forma que los pájaros se vuelven árboles, frutos, flores y viceversa. Los poemas de esta sección son los más breves, lo cual nos hace imaginar que esta brevedad va en función de la corta duración de la vida de una flor, o de un fruto, pues una se marchita con las horas, y el otro se pudre con los días. Así pues, los versos aletean ante nuestros ojos y nos dejan con su paso remolinos de plumas y de pétalos: “Pájaro herido / Flor que se marchita” (21), “Un ave es una fruta expatriada que evito el suelo para llevar la vida a todo espacio. Flor que asumió vehemente su afición polinizante” (15) y “Flores migratorias, primavera a domicilio” (17). De igual forma, las aves y las flores se van anudando con recuerdos de seres queridos como la madre y la abuela, y así como los pájaros polinizan a las flores, estos poemas polinizan la memoria de semillas, de recuerdos familiares: “Donde mi abuela oculto a la paloma muerta, crece un alcatraz pequeño” (23), y “Siempre hay una ave deshojada, un aroma sugerido, un vuelo precipitado, que nos poliniza el corazón con un recuerdo, una alegría, una tristeza pasada o una despedida” (29).

La segunda sección del libro, “hora veintisiete”, el autor crea un tiempo y un espacio donde se dan alas a lo prohibido, donde deja florecer toda su amargura y su dolor y también aquellos resquicio de amor. Como bien dice el poeta: “La hora veintisiete / es la más peligrosa” (37), es la hora en que el sueño y las drogas se mezclan en destellos de cuervo. Así pues, asistimos a un banquete nocturno donde el plato principal es el humo del cigarro y el dolor: “En horas de larga noche fumo: quiero paliar la enfermedad de inhalar al tiempo” (34), y “Tengo ganas de fumarte. Fuertemente afanarme en tu piel chocolate con la lentitud del contrabajo” (40).

La tercera sección, “Fotos de familia”, es una escritura catártica, es decir, de desahogo; esta serie de poemas son una larga queja en contra del ambiente familiar en que se creció, una queja contra la ausencia y contra el no saber ser padres de nuestros progenitores: “Escondidos en algún lado de mi casa, he guardado como una rata algunos recuerdos de familia, que reanimaré cuando quiera suicidarme” (43). Por momento hay negación, amargura, resentimiento; pero también hay una búsqueda de libración a través de la palabra poética, del ejercicio de poetizar el dolor: “Su poesía no pide forma ni rima, la necesidad de escribir es similar al deseo de expulsar un cáncer” (48) y “Un día cualquiera sin darse cuenta escriben la frase que los libera y la carencia se allana, instintivamente corren como lemings al abismo más cercano para arrojarse a la vida” (50).

Por último, la cuarta sección, “Despedidas con agua”, como bien anuncia el título, asistimos a un desencuentro amoroso, en donde se hace memoria, con todo su fuego, del acto amoroso, y el recuerdo se vuelve como esa agua, como ese sudor que se pega al cuerpo y que se niega a irse, es como ese residuo que se aferra a nuestros ojos y a gritos clama que no se irá, y no obstante, ese recuerdo sabe que está solo, sabe que el cuerpo de la amada se ha ido, y que ahora ya nada los une sino los frágiles filamentos del agua, del recuerdo: “¿A qué te suena el dolor de mi caída / ahora que no existe beso / que sepa unirnos” (56) y “Vengo / como cada noche / que / me / expande / a erigir la falsa ofrenda y / a prometer que nunca más imprimiré / mis huellas en tus manos” (61-62).

Deshojar el ave es un libro que a pesar de su brevedad se nos queda pegado al paladar como el sabor de una comida que se niega a irse, y este sabor por momentos es festivo, dulce, juguetón, y en otros se torna desazonado, agrio, fuego. Atrévete a leer Deshojar el ave, de Karín Mijangos y adentrarte en un subibaja lírico de una poesía fresca, joven.

David Anuar
Mérida, Octubre 2011

2 comentarios:

Rodrigo E. Ordoñez Sosa dijo...

Definitivamente hay que leerla, mientras más nos acercamos a las diferentes posturas, mejoras armas tendremos para escribir...

km dijo...

Hola, me fue muy grato leer tu reseña, debo confesar que has dado al clavo con muchas de tus interpretaciones.

Te dejo algo de lo último que estoy haciendo. En el pdf que puedes descargar viene la poesía.

http://revistaorigama.com.mx/web/index.php?option=com_zoo&task=item&item_id=298

Saludos.

Karín.